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En recuerdo de Chita: chimpancé colega y Tarzán co-estrella

Berta Sichel

El 24 de diciembre del 2011, Chita, la mona Chita, muere de una insuficiencia renal. Si hubiese fallecido en cualquier otro día del año yo no recordaría a Debbie Cobb, directora del asilo de primates exclusivo donde vivía el mono después de jubilarse del mundo del espectáculo, cuando comunicaba la triste noticia por la CNN. La estrella tantísimas veces galardonada había residido en la Fundación de Primates Chita in Palm Springs, en la soleada California, desde 1967. Ese año Chita aparecía por última vez en la gran pantalla, como coprotagonista de Rex Harrison en la película Dr. Doolittle. Hasta l968 interpretaba papeles secundarios en series de televisión, como cualquier actor jubilado y obsoleto despedido por Hollywood. Durante su retiro Chita tocaba el piano y pintaba, aunque vivía en una jaula sin adornos. Los cuadros, creados por pinceladas fuertes y coloridas, se conocen como Ape-Abstracts (Abstractos de Simio) y se pueden comprar online en http://cheetathechimp.org/donate.htm. Es una donación.

Chita nace en Liberia en 1932 y, según la leyenda, llega a Hollywood dos años más tarde tras su decubrimiento “accidental” por un joven zoólogo que está investigando selvas tropicales. Dentro de poco el joven chimpancé, supuestamente hembra, protagoniza una docena de películas junto al medallista de oro Olímpico Johnny Weissmuller, como Tarzán, a Maureen O’Sullivan como Jane, y a Tarzán Junior, el hijo adoptivo rescatado de un avión siniestrado en la selva siendo aún bebé. Chita aparece en todas las películas Hollywoodenses Tarzán, desde los años 30 hasta los 60 del siglo pasado. Su personaje aumentaba la majadería ya inherente a aquellas películas sobre la selva, en las
que el héroe saltaba de árbol en árbol, ostensiblemente parta enfatizar la noción del “hombre en la naturaleza” en la época de oro de Hollywood, cuando los niveles de Reelpolitik eran, digamos, políticamente inmaduros aún.

Chita sobrevive tanto a Weissmuller, que muere en 1984 a la edad de 79, y a O’Sullivan, que fallece a los 87 años en 1998.

El secretismo que rodea la llegada del mono en Hollywood es solo uno de los misterios que aderezan la vida de Chita – o de Jiggs. Algunas fuentes apuntan que el nombre “verdadero” del animal era Jiggs. ¿Y era de verdad una hembra? El enigma de su género nunca fue revelado. Los estudios de género solo penetraron el ámbito académico cuando Chita/Jiggs se había jubilado.

En Wikipedia se refiere a “un chimpancé de sexo indeterminado, nacido alrededor del año 1937, adiestrado por George Emerson…” Bueno, Rock Hudson tampoco revelaba su preferencia sexual, hasta convertirse en noticia. Historias de Hollywood. Chita es, además, un personaje metaficcional, producto del cine, ya que ningún chimpancé domesticado figuraba en ninguna de las novelas sobre Tarzán de Edgar Rice Burroughs en las que se basaban, en teoría, las películas.
Cuando Chita murió a eso de los 80 años, se le otorgó el título del chimpancé más longevo en cautividad.

Ya a los 70 años, se le citaba en el Libro Guinness de Récords Mundiales como el primate no humano más longevo del mundo. En su hábitat natural un chimpancé puede alcanzar los 40–45 años, y en cautividad hasta eso de los 50. Por este motivo, hay investigaciones que mantienen que “Chita” es tan solo un símbolo: ningún chimpancé por sí solo posiblemente podría actuar, ni mucho menos sobrevivir, durante un periodo tan extendido. Con toda probabilidad había varios Chitas.

La clonación y la suplantación de identidad no formaban parte del vocabulario de los chavales que crecían en el mundo de la posguerra. Chita era Chita, y nadie se molestaba en preguntar si ella o él sería original o copia.

El 24 de diciembre ya es una fecha sobrecargada: tantísimos recuerdos vuelven a rondar la mente, compitiendo con el pavo haciéndose en el horno por robar la atención. Incluso cuando uno está inmerso en todos esos complejos asuntos, te parte el corazón recordar las imágenes de ese chimpancé urbano y cómico que disfrutaba de comer loción de belleza, de beber alcohol, dándose palmaditas con polvo de talco en el rostro, haciendo de señuelo para atraer a unos elefantes, y desafiando a los leones. Las imágenes de Chita activan una conexión mental que conduce a los matinés de los domingos con mi abuela en la sale del cine, repleta de chiquillos muertos de la risa. La risa era fácil y alcanzable, que no una herramienta de terapia. Generaciones crecían con tomas de primer plano de los dientes grandes, blancos y brillantes que al mono le encantaba exhibir mientras jugaba histérico y travieso: deshaciendo la maleta de Jane llena de lencería fina, abrazando efusivamente a una señora de visita en la jungla, ataviada como si iba a tomar el té de las 5, o intercambiando confidencias de cena con Tarzán. En el momento del fallecimiento de Chita, sus dientes estaban podridos y ennegrecidos.

Escribiendo esto al comienzo de enero del 2015, y con mis recuerdos del 24 de diciembre aún vivos, Chita es el arquetipo de mi “edad de la inocencia.” Hoy, cuando la risa parece impropia y sentimos la tentación de unirnos a cualquiera de los 5.000 clubes de la risa que existen en el mundo, ¡tal vez en su lugar necesitemos más Chitas!