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Las novias de Charles Manson

Dionisio Cañas. 2005

El escritor norteamericano Charles Manson ha estado relacionado con el sistema penitenciario desde los 17 años: acusado de orquestar la matanza de ocho personas en 1969, casi toda su adolescencia, desde 1951, se la había pasado entrando y saliendo de la cárcel por delitos de todo tipo.

Las cartas y los poemas de Manson son un solo libro interminable porque hacen parte de esa América que se escribe a sí misma como una doble historia de sangre y de luz; algo así como si la Estatua de la Libertad escondiera en su antorcha un cuchillo de carnicero. Pero sería demasiado simplista pensar que los textos de Manson sólo son el reflejo de América, lo son también del animal oscuro que todos llevamos dentro.

Las cartas de Manson son poemas, y los poemas de Manson son cartas porque toda su vida es una escritura que se dirige a un destinatario conocido, América, y también a un destinatario más amplio, todos los seres humanos. Las piezas de Txuspo Poyo que configuran Las novias de Charles Manson encierran la imagen en la escritura: lo escrito por la mano del poeta aparece como si fueran los barrotes, pasadizos, por los que se escapan las imágenes de toda una vida; porque, lo queramos o no, la escritura siempre encarcela al sujeto que escribe: decimos menos de lo que pensamos, pensamos mucho menos de lo que decimos y escribiendo ocultamos tanto como revelamos.

La idea de la escritura como “liberación”, o revelación, es uno de esos tópicos occidentales que calman al sujeto como consumidor insaciable de mitos de amor y de muerte, producidos para su satisfacción momentánea, pero la única capacidad liberadora que posee la escritura consiste en dejar de escribir.

Dejar de escribir es la cuenta pendiente de todo buen escritor, y silenciar lo escrito por los que denuncian la putrefacta clase dirigente es la labor constante del poder. Charles Manson no es un buen chico víctima del sistema, Charles Manson es sin duda un delincuente peligroso pero no menos peligroso que muchos dirigentes políticos o religiosos de la historia de la supuesta civilización. El insoportable discurso mesiánico de Manson no es peor que el terrorífico fanatismo religioso de George Bush, lo que ocurre es que los poemas y las cartas de Manson son mucho más interesantes que los discursos de Bush.

Como Walt Whitman, Manson escribe con la voz que se dirige a un país de discutibles fronteras éticas y políticas, América. Whitman era la voz de la ilusión revolucionaria (a la francesa) de una nación que nacía para cambiar la vieja sociedad monárquica europea. Charles Manson es la voz que constata que el sueño americano de Whitman se ha convertido en una pesadilla, no sólo en alguna película de Hollywood, sino en la vida cotidiana. Ambos escritores convierten a EEUU en un lector colectivo al que dirigen sus voces escritas: Whitman como elogio, Manson como elegía.

Txuspo Poyo, 30 años después del encarcelamiento de Manson, en 1999, escribía respecto a la sociedad de aquel momento: “Los estados estrábicos del mal en sus palabras, provocan una ambigüedad aplicable al sistema en el que vivimos, desde el núcleo familiar y sus relaciones más conflictivas -entre seres conyugales y sus hijos-, a comportamientos de ritual psicológico, amplificados por las contradicciones éticas. No deseo enfocarlo en síntomas de locura, sino en términos de ansiedad”; esa ansiedad creadora persiste en toda la obra escrita de Manson.

En la cultura norteamericana, como en casi todas las culturas, la sociedad se divide entre malos y buenos, pero lo que distingue a la cultura de EEUU es que por primera vez en la historia de la civilización la delincuencia más violenta y egoísta es la que permanece viva en el imaginario colectivo. No es pura casualidad que la película El Padrino (en sus diferentes entregas) sea la película preferida del norteamericano medio adulto.

Hay que subrayar que el núcleo de la familia es central, claro está, en el concepto de la “mafia” italo-americana, y también es una idea obsesiva en el conjunto de la sociedad norteamericana en general y en los escritos de Manson en particular. La familia es importante porque precisamente entra en conflicto con dos de los valores fundamentales de la democracia capitalista de los EEUU: el individualismo y la movilidad. Es decir, el egoísmo del “hombre que se autorrealiza” ( selfmade man ) y del hombre que para trepar a las cumbres del éxito no se siente atado a su familia, o a su lugar de nacimiento, porque eso entorpecería la movilidad necesaria para el ascenso social y económico.

No es extraño, pues, que Manson en una de sus cartas al referirse al cine y a la televisión norteamericanas escriba: “glorifican el miedo y la violencia pero cuando estas saltan [hacen su aparición en la vida real] ellos las odian” (24 de julio, 1985). Sin duda estas declaraciones son tan verdaderas como ingenuas porque quién quiere irse de cañas con un poeta psicópata, o con un artista esquizofrénico y, sin embargo, nosotros también “glorificamos” el malditismo y la marginalidad sin que por eso aceptemos que irrumpan en “nuestra realidad”.

En un poema epistolar del año anterior, 1984, dirigido a su editor, Richard Ragsdale, Manson escribe: “Todo lo tuve que aprender por mí mismo. / Lo primero que aprendí fue: no te fíes de nadie / más de lo que te fías de ti”. Curiosamente, esta máxima es muy típica de los presidiarios pero también lo es de cualquier hombre de negocios y del mundo de la economía en general. No obstante, el discurso victimista y mesiánico de Manson (siempre la sociedad es la culpable y él el redentor) es más relevante y preocupante ahora que estamos padeciendo los fundamentalismos redentores de todo tipo, entre los cuales el del propio presidente de los EEUU que habla siempre con “ la Biblia en la mano”.

La idea de “destino”, consustancial a nuestra cultura occidental, tan absurdamente elogiada por teólogos, filósofos y poetas, se convierte en una pesadilla sin escapatoria en el caso de Charles Manson como escritor, o más bien escriba, porque parece que todo lo que hace y escribe proviene de alguien que le ordena hacer o decir ciertas cosas. Así, en su poema Completion , leemos: “Yo no sabría lo que es ser un solitario / yo no lo entendería / yo nunca supe lo que no es ser un solitario / yo puedo llamar soledad a muchos sentimientos / mucho dolor, tristeza, una pasión / por la existencia de la poesía / como si yo tuviera que escribir un libro / para decir que he hecho lo máximo que he podido / por realizar lo que tú me has enviado a hacer / lo he completado todo”. Ese tú al que se dirige Manson es un confuso ente que según una carta de aquél, de 1986, puede ser Dios, Satán o Abraxas.


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