Glòria Picazo
Lo que más ha atraído mi atención de este obituario, que Txuspo Poyo dedicó en su momento a Louise Bourgeois, ha sido el entrecruzamiento de escaleras que invade materialmente toda la página del periódico en el que aparecía la noticia de su fallecimiento. Y un elemento arquitectónico tan significativo y a su vez tan simbólico, me ha retrotraído a pensar en imágenes que perviven en mi memoria, como un fragmento de un icono del monasterio de Tekla, en la población siria de Malula. La ascensión de las almas a los cielos mediante una monumental escalera, muestra como algunas de ellas son apartadas de su ascensión por ángeles endemoniados pintados todos ellos de negro. Por desgracia, se trata de una imagen que puede adquirir nuevas lecturas, dado que hace unos meses esta población se vio atrapada en medio de los combates entre las fuerzas yihadistas y las del Ejército sirio. Quizás este icono hoy haya desaparecido, puesto que los combates han destruido en buena parte el patrimonio arquitectónico y artístico de Malula.
Otra imagen ineludible para mi desde el punto de vista de la historia del arte son las escaleras que Joan Miró pintó en la década de los veinte, pensemos en ese “Perro ladrando a la luna” de 1926, en la que una escalera, también monumental como la del icono citado, ocupa la parte izquierda del cuadro. Pero cual no ha sido mi sorpresa al preparar este texto, descubrir que Joan Miró y Louise Bourgeois se conocieron en Nueva York en 1947 y como un tiempo después ella misma había confesado con palabras bastante peyorativas, que su encuentro había sido agradable, pero que su “estilo juguetón”, no había influido para nada en su obra, puesto que “mi obra es muchísimo más agresiva”.
“Detrás de todo acto de violencia, existe una frustración sexual”
El interés mutuo por la escalera, como símbolo de ese movimiento vertical, que asciende, que une el mundo de lo tangible con el de lo intangible, se diversifica en ambos casos en dos maneras distintas de abordar su simbología. Para Joan Miró la escalera es nexo de unión entre elementos naturales, entre la tierra y el cielo, su base de mayor tamaño está anclada en la tierra, sostiene el cielo nocturno y en definitiva, como él mismo contaba, se trata de una “escalera para la evasión” nocturna.
En cambio, para Louise Bourgeois sus habitáculos con escalera central no tratan de conducirnos a ninguna parte, como ella misma escribió: “cuando llegas a lo alto de los peldaños, no hay nada, pero aún así para continuar (existiendo) hay que seguir, incluso si eso significa volver a empezar de nuevo”. Se trata pues en su caso de “escaleras que conducen al vacío”.
Dos maneras distintas, pero no tan lejanas quizás, de ver en la escalera ese símbolo que incita a seguir viviendo, desde el repliegue, desde la evasión interior mironiana o desde la exteriorización, desde una apuesta extremadamente franca por desvelar emociones y miedos, que Louise Bourgeois muy a menudo y de forma un tanto obsesiva, centró en la figura de su padre, un padre que según ella “nunca perteneció a la casa”. De ahí, sin duda alguna las palabras de Txuspo Poyo en su obituario: mater-ializing the father. La artista confesó en numerosas ocasiones que en 1938 dejó atrás su Francia natal para instalarse en Nueva York tras casarse con el historiador del arte Robert Goldwater, y liberarse así de la figura paterna. A menudo sus esculturas y dibujos reflejaron esa rebelión contra su padre, motivada por lo que ella consideró una actitud traicionera tanto hacia su madre como hacia toda la familia. Una sensación de malaise que impregnó toda su obra, y que se extendió a otros aspectos como la violencia, y debido a que ella consideraba que “detrás de todo acto de violencia, existe una frustración sexual”, también su actitud personal y artística la hizo merecedora de ser considerada como una de las pioneras en adoptar una actitud radicalmente feminista en el arte contemporáneo.